La historia de Enriqueta, la vampira del Raval

A principios del año 1900, la vampira del Raval sembró el terror en Barcelona

Conocida popularmente como la vampira del Raval o la vampira de la calle Poniente, Enriqueta Martí es posiblemente una de las asesinas en serie más mortíferas de la historia. Y fue mucho más que una simple asesina. Secuestradora, alcahueta, falsificadora, proxeneta infantil y «curandera» fueron algunos de los otros delitos de Enriqueta. Pero empecemos por el principio:

A principios del año 1900, la «vampira» sembró el terror en la ciudad de Barcelona. Un rumor se extendía por sus calles, plazas, mercados y patios de vecinos: se estaba produciendo una oleada de secuestros infantiles. No era para menos, pues desaparecían muchos niños sin dejar rastro y de la noche a la mañana.

El gobernador civil, Portela Valladares, trató de convencer a la población de que era «completamente falso el rumor que se está extendiendo por Barcelona acerca de la desaparición durante los últimos meses de niños y niñas de corta edad que según las habladurías populacheras habrían sido secuestrados».

Los familiares de aquellos niños, generalmente de clase social muy baja y escasos recursos, poco o nada podían hacer.

El secuestro de Teresita

El 10 de febrero de 1912 Enriqueta secuestró a su última víctima: Teresita Guitart Congost. Los padres, esta vez con más recursos económicos, se encargaron de que la noticia se difundiera por todos los medios de comunicación. Las calles de Barcelona se llenaron de carteles estampados con la imagen de la niña. La indignación popular fue en aumento, pues los rumores (o habladurías populacheras) parecían confirmarse y las autoridades habían sido extremadamente pasivas con las anteriores desapariciones.

Composición fotográfica de Esplugas que muestra a Enriqueta Martí y a las dos niñas liberadas por la policía, Teresita Guitart y Angelita

Fue una vecina de Enriqueta, Claudia Elías, quien desveló el paradero de Teresita. El 17 de febrero vio a una niña con el cabello rapado mirando desde un ventanal del patio interior de su escalera. La señora se extrañó, pues jamás la había visto y parecía triste y desnutrida. El piso era el entresuelo del número 29 de la Calle de Poniente (actualmente Joaquín Costa), en el barrio del Raval.

Las sospechas de Claudia no tardaron en llegar a oídos de la policía, que el 27 de febrero entró en el piso y encontró a dos niñas. Una de ellas era Teresita Guitard Congost y la otra una niña llamada Angelita. Teresita fue devuelta a sus padres después de haber declarado. La niña se había separado de su madre apenas unos segundos, aunque fueron suficientes para que Enriqueta, que acechaba esperando ese momento, se la llevara a casa de la mano con la promesa de darle unos caramelos. Al comprobar que se la llevaba demasiado lejos de su casa, Teresita quiso volver pero ya era demasiado tarde. Enriqueta la cubrió con un trapo negro, la cogió por la fuerza y se la llevó a su piso.

Nada más llegar a casa, Enriqueta le cortó los cabellos y le cambió la ropa. Le dijo que a partir de ese momento dejaría de ser «Teresita». Se llamaría «Felicidad» y ella sería su mamá. Durante el tiempo que estuvo secuestrada, Teresita nunca salió del piso. Es más, tenía prohibido asomarse a las ventanas.

Las declaraciones de Angelita pusieron los pelos de punta a la policía. Antes de la llegada de Teresita a casa había otro niño, de cinco años, llamado Pepito. Angelita declaró haber visto cómo Enriqueta lo había matado en la mesa de la cocina. Enriqueta no se dio cuenta de que la niña la había visto y Angelita corrió a esconderse en la cama y se hizo la dormida.

En un principio Enriqueta declaró que Angelita era hija suya pero tras demostrarse que mentía, confesó que la había robado, justo después de su nacimiento, a su cuñada, a la que le hizo creer que la niña había muerto al nacer.

Curandera

Tras los hallazgos de la calle Poniente, Enriqueta Martí Ripollés fue detenida e ingresada en la prisión Reina Amalia, institución demolida en 1936. Cuando inspeccionaron el piso de la calle Poniente encontraron, en una habitación cerrada con llave, el horror que escondía Enriqueta Martí. En ella, había unas cincuenta jarras, botes y palanganas con restos humanos en conservación: grasa hecha manteca, sangre coagulada, cabellos, esqueletos de manos, polvo de hueso, etc, todo ello de origen humano. También botes con las pociones, pomadas y ungüentos ya preparados para su venta, un libro muy antiguo con tapas de pergamino y un libro de notas donde había escritas recetas y pociones con una caligrafía muy elegante. Saltaba a la vista que la mujer ejercía como curandera ¿su materia prima? grasa, sangre, cabellos y huesos de los niños a los que secuestraba y mataba (desde recién nacidos hasta 9 años). Claro está, la mujer no tenía problemas para deshacerse de los cuerpos de sus víctimas (lo aprovechaba absolutamente todo).

Barrio del Raval

Así pues, Enriqueta ofrecía sus ungüentos, pomadas, filtros, cataplasmas y pociones para «remediar» enfermedades que no tenían cura en la medicina tradicional, especialmente la tuberculosis (muy temida en aquella época). Gente de clase alta pagaba grandes sumas de dinero por estos remedios que consideraban mágicos.

Siguiendo la inspección, se registraron dos pisos más donde había vivido Enriqueta: un piso en la calle Talleres, un tercero en la calle Picalqués, y una casita en la calle Juegos Florales, en Sants. En todos ellos se encontraron restos humanos en falsas paredes y en los techos. En el jardín de la casa de la Calle de los Juegos Florales encontraron una calavera de un niño de tres años y una serie de huesos que correspondían a niños de 3, 6 y 8 años. Se encontró otra vivienda en San Feliú de Llobregat, propiedad de la familia de Enriqueta, donde también se hallaron restos de criaturas en jarrones y botes, y libros de remedios. Diez fueron las criaturas identificadas como víctimas de Enriqueta que se incluyeron en el sumario.

Proxeneta infantil

La vampira del Raval también prostituía a los niños. Sus víctimas eran niños de familias muy pobres y sin recursos. En el barrio del Raval regentaba un burdel donde se ofrecían servicios sexuales de niños de entre 3 y 14 años. Sin embargo, una misteriosa mano negra hizo desaparecer el expediente del caso. Entre los clientes del burdel se encontraban personalidades altamente influyentes de la burguesía catalana lo que, se especula, propició la pérdida de dicho expediente. Y es que Enriqueta llevaba una doble vida:

Por el día vestía con harapos y frecuentaba los suburbios de la ciudad, donde pedía limosna y raptaba a los niños. De noche sacaba del armario sus vestidos, sombreros y pelucas más caros para adentrarse en sitios como el Teatro del Liceu o los burdeles de la alta burguesía en busca de clientes pedófilos.

 

Enriqueta tampoco llegó a ser juzgada por sus crímenes. El 12 de mayo de 1913, un año y tres meses después de su detención, llegó su muerte, cuya causa no está muy clara. Existen dos versiones: la primera, que sus compañeras de prisión la mataron linchándola en uno de los patios del penal. La segunda, que falleció de un cáncer de útero.

Sea cual sea la causa de su muerte, el proceso de Enriqueta se encontraba en fase de instrucción en esos momentos. El juicio no se celebró y nunca llegó a saberse toda la verdad acerca del caso. Varios historiadores aseguran que Enriqueta no era tan despiadada como dicen y que los diarios adornaron el caso con mucha ficción y sensacionalismo. Y es que nuestra asesina, después de su detención, acaparó las portadas de todos los diarios. En abril de 1912, el interés por la «vampira» se desplazó hacía el hundimiento del Titanic, que le arrebató el protagonismo.

La historia de Enriqueta Martí cayó en el olvido hasta que, en el siglo XXI, empezó a protagonizar artículos, libros, novelas, obras de teatro, películas e interesantes rutas literario-culturales por la Ciutat Vella de barcelona, el casco antiguo de Barcelona.

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