Tu intestino está directamente conectado a tu cerebro

El intestino humano está lleno de terminaciones nerviosas: más de 100 millones de células que hacen del interior de nuestro tronco un cerebro en sí mismo. Y, de hecho, el intestino habla con el cerebro, liberando hormonas en el torrente sanguíneo que, en el transcurso de unos 10 minutos, nos dicen lo hambriento o lo lleno que estás.

Pero un nuevo estudio revela que el intestino tiene una conexión mucho más directa con el cerebro a través de un circuito neuronal que le permite transmitir señales en pocos segundos. Estos hallazgos podrían conducir a nuevos tratamientos para la obesidad, trastornos alimentarios e incluso la depresión y el autismo, los cuales se han relacionado con un mal funcionamiento del intestino.

En 2010, el neurocientífico Diego Bohórquez, de la Universidad de Duke, Carolina del Norte, realizó un descubrimiento sorprendente mientras miraba a través de su microscopio electrónico: las células enteroendocrinas, que revisten el intestino y producen hormonas que estimulan la digestión y suprimen el hambre, tienen protuberancias similares a las células sinápticas que utilizan las neuronas para comunicarse entre sí. Se sabía que las células enteroendocrinas podrían enviar mensajes hormonales al sistema nervioso central, pero también se preguntaba si el intestino podría «hablar» con el cerebro usando señales eléctricas, como lo hacen las neuronas. Si es así, tendrían que enviar señales a través del nervio vago, que viaja desde el intestino hasta el tronco encefálico.

Este experto y sus compañeros de laboratorio inyectaron un virus fluorescente de la rabia, que se transmite a través de las sinapsis neuronales, en el colon de ratones y esperaron a que las células enteroendocrinas y sus parejas se iluminaran. Esos compañeros resultaron ser las neuronas vagales, según los expertos.

Hay ventajas muy obvias para «explicar» por qué cerebro e intestino están conectados, como el detectar toxinas y veneno, pero puede haber otras ventaja aún por determinar.

Fuente Science Magazine
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