La historia del bingo y su popularidad

Hoy son millones los que lo juegan y se apasionan con él. El bingo es un divertimento que atraviesa diferentes estratos sociales, edades, géneros y lugares geográficos. Hoy se lo puede jugar en la parroquia o en el club, o también por Internet. El bingo parece estar en todos lados, aunque pocos saben que acarrea una larga historia.

Cuando se trata de rastrear los orígenes de algo muy enraizado en la cultura popular es normal que aparezcan diferentes teorías. Lo mismo pasa con el bingo, un juego muy popular en todo el mundo y disfrutado por diferentes culturas. El grito de “¡bingo!” se ha convertido en una palabra muy deseada, sinónimo de buena suerte, éxito, fortuna.

¿Si habrá que remontarse a los antiguos romanos para encontrar los orígenes de este juego? Tal vez. ¿Si convendrá interpretar como albores del bingo aquellos sorteos con bolillero que se celebraban en la Europa feudal para que los caballeros salieran a hacerse de los impuestos en las diversas aldeas y comarcas? No hay muchos elementos para contradecirlo. ¿Si habrá que volver a la Italia del siglo XVI, cuando se popularizó “Il Giocco del Lotto d`Italia”, algo bastante más parecido a una lotería, pero sin dudas con esquemas semejantes que lo podrían consagrar como ancestro inmediato? Sin dudas.

Son todos antecedentes válidos y que a su manera fueron extendiendo la práctica en diversos países de la Europa moderna y que no tardaron en instalarse en el nuevo continente.

Contando las alubias

Estados Unidos pareció ser la caja de resonancia más fuerte para que este juego se extendiera hoy a todos los confines del planeta. Y fue de la mano del comerciante neoyorquino Edwin Lowe, quien en un viaje por Atlanta, en 1929, se dio con el hallazgo de este particular divertimento, durante un festejo de carnaval.ç

Allí se encontró con emocionados lugareños que gritoneaban ante los números que salían del bolillero, y completaban sus tarjetas colocando alubias (“beans”) sobre los números que iban saliendo. Con cada acierto, los participantes cantaban “¡beano!”, anunciando que acababan de agregar una nueva alubia a su cartón.

Fascinado con el divertimento, Lowe vio la oportunidad y decidió llevarlo a Nueva York, donde comenzó a jugar con sus amigos. Una noche, uno de ellos ante la fascinación de su cartón lleno, terminó gritando “¡Bingo!” en lugar de “beano”. Y así nació el nombre con el que hoy lo conocemos.

Pronto el juego se difundió por todo ese país, y no tardó en regresar a Europa, perfeccionado y popular. Su gran difusión seguramente tuvo que ver con el hecho de tratarse de un juego muy de familia, y por esa razón fue también muy adoptado por iglesias, clubs, organizaciones, centros comunitarios, escuelas y demás como método para recaudar fondos. Será por eso tal vez que el grito de “¡Bingo!” nos resulta tan cálido y familiar.

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